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Una fraternidad sin fronteras

Entre el 18 y el 23 de noviembre pasados tuve la bendición de poder colaborar con los hermanos de Colombia en el encuentro de hermanos jóvenes. Del mismo participaron los cuatro hermanos escolásticos (Mario, Juan David, Camilo y Sebastián), otros cuatro hermanos menores de treinta años (James, Javier, Julián y Alexander) y, como acompañantes, los Hermanos Mauricio y Walter (superior provincial y administrador provincial respectivamente). El encuentro se realizó en la ciudad de Pereira, en la región conocida como el “eje cafetero”.


El tema de fondo que me solicitaron abordar fue la perseverancia. Para poder llegar al mismo, en el contexto del Bicentenario, articulamos el encuentro en tres pasos ya conocidos para todos: recordar el pasado con gratitud, vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza.


En el primero de ellos, nos propusimos pasar por el corazón nuestra historia vocacional con sus momentos de crisis que, al mismo tiempo, descubrimos como momentos fuertes de encuentro con Dios. De este modo, podemos leer en nuestras “historias imperfectas” la “historia perfecta” que Dios va trazando con su amor y su fidelidad.


En el segundo paso visualizamos todas las “olas y vientos” de nuestro presente, que a veces amenazan con hundirnos. Y fijamos la mirada en Jesús, para avanzar firmes hacia Él con dos actitudes esenciales en nuestra vida: la humanidad y la pasión. Ambas nos permiten un encuentro de corazón con los demás y una entrega generosa por el Reino.





Para concluir miramos al futuro. Partimos de un mensaje personal de un o una joven que cada hermano recibió y, desde allí, apoyados en la Palabra y en la Regla de Vida buscamos el fundamento de nuestra verdadera esperanza. Concluimos la actividad construyendo juntos un signo del encuentro: pintamos con nuestras propias manos el escudo del Instituto.


Pero todo este contenido propuesto no hubiera servido de nada sin la apertura de los corazones que lo recibieron. Encontré en estos jóvenes un grupo de verdaderos hermanos, muy cálidos, muy fraternos, que viven con mucha autenticidad su día a día, aun en medio de sus luchas, queriendo realmente encontrarse con Dios y servir a los hombres en este camino vocacional que compartimos. Ellos fueron la verdadera riqueza del encuentro. Yo, por mi parte, me siento contento de haber sido, en algo, instrumento para que el Espíritu Santo tocara la tierra de nuestras vidas.


No sería justo terminar este relato son mencionar la gran acogida que recibí de los hermanos mencionados y de aquellos que encontré en las otras casas, entre quienes debo destacar al Hno. Jean-Paul. Con gran delicadeza se ocuparon de que no me faltara nada y pudiera conocer algo de la impresionante riqueza natural y cultural de Colombia. Yo diría que Colombia destaca por su color y su fe: el color de su naturaleza exuberante y de sus casas típicas, y la fe que se respira a cada momento. Guardo un entrañable recuerdo, sobre todo, de la visita al Colegio Corazonista “del norte” y al Colegio Antonio Nariño, así como del viaje a Ntra. Sra. de Chiquinquirá, patrona de Colombia.


Siento, más que nunca, el deseo de agradecer a Dios por nuestra vocación a una fraternidad sin fronteras y el compromiso de trabajar para hacerla realidad. Gracias, hermanos, por esta maravillosa experiencia.


Hno. Emilio Rodrigo

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