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Testimonio de la Pascua Joven de Venado Tuerto (I)

Es evidente cómo el que busca encuentra, pero no siempre lo encuentra de la manera como lo imagina o espera. El miércoles 13 de abril partí rumbo a Venado Tuerto buscando un poco de consuelo y paz, con la mente en el Viernes Santo, para entregarle a Jesús todas mis cruces del año. Llegué al colegio y, desde mi rol de “servidor”, ayudé a cada uno de los pascuantes a acomodarse, para poder comenzar a transitar el camino de la Pascua.


Al no ser mi primera Pascua Joven ya iba con varias preguntas respondidas, en comparación a alguien que realiza su primera experiencia. Pero Dios es tan grande y maravilloso que nos sorprende cada día. Como dije antes, mi participación fue como servidor, pero ¿qué es ser servidor? y ¿qué significa servir a Dios? Esta fue una pregunta que me hice durante todo el encuentro. Si me hubieses preguntado si servía a Dios antes de esta Pascua, hubiese respondido que sí, sin dudarlo. Pero, realmente, ¿qué peso tiene ese sí? Ese sí significa entregarle a Dios cada acción del día. Entonces, ¿realmente decía sí? Ahora te digo que no, porque sí, le entregaba lo que hacía, pero no de corazón.


Cada día de forma particular me abrió los oídos para escuchar respuestas a esas preguntas que, en el día a día, son muy difíciles de oír. El Jueves Santo, por ejemplo, ver al sacerdote ponerse en el cuerpo de Jesús para limpiar los pies de doce pascuantes, fue disparador para entender desde el corazón que Jesús, además de ser Maestro, fue también servidor. Si Él, desde la pureza y bondad de su corazón, sirvió a Dios entregándole ese momento, convirtiéndolo en uno de los mayores gestos de humildad, ¿por qué me cuesta entregarle desde el corazón todo a Dios, siendo que tengo el ejemplo más grande frente a mis propios ojos?


El Viernes Santo fue brutal. Como dije antes tenía todas mis expectativas y, vuelvo a repetir, Dios no deja de sorprendernos. La actividad que se propuso, a grandes rasgos, fue un examen de conciencia con los ojos vendados. El rol del servidor es ser instrumentos de Dios, pero esta vez teníamos que abrazar a cada uno de los chicos, retirarles su cruz y decirles textualmente “Yo te perdono”. Ese abrazo se podía sentir que era realmente de corazón a corazón; se sentía como cada uno, tanto pascuantes como servidores, entregaban a Jesús esas cruces que tanto nos pesan y duelen.


Otro momento muy fuerte de ese día fue el Via Crucis. Me conmovió ver a Jesús cargando esa cruz, que no era de madera, era de todas las cruces nuestras, cruces cuyo peso no se puede comparar con el de ningún objeto material. Ese fue, sin dudas, el más grande gesto de amor que se puede realizar. Y en ese amor se puede ver como Jesús, desde su increíble misericordia, abraza la cruz y, lo más loco de todo, la abraza hasta el final. ¡Wow! ¡Qué grandeza! Y todo eso siendo hombre, el verdadero, ¡QUÉ HOMBRE!


Y el Sábado Santo se trabajó sobre Ella. Solamente puedo decir de María que es la verdadera mujer, ¡QUÉ MUJER! Y con todas las letras: soportó la muerte de su hijo, pero recordaba cada una de sus palabras ¡Él iba a resucitar al tercer día! Mamá, no me alcanzan las palabras para describir tu grandeza.


¡Y RESUCITÓ! Nos devolvió la vida, pero esa vida con Él al lado, en cada paso, para poder seguir después del encuentro.


Hoy, días después de la Pascua, puedo decir con extrema certeza que sí sirvo a Dios en cada accionar de mi vida. Creo que vivir el encuentro como servidor me hizo ver que Dios está presente en cada momento de nuestra cotidianidad, pero hay que verlo desde el corazón. Por eso creo y estoy realmente convencido de que “el que busca, encuentra”.

Lautaro Zabala

Estudiante en la Universidad de Río IV

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