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La fraternidad desde la doctrina social de la Iglesia

Con la encíclica Rerum Novarum en 1891 de León XIII se inaugura una etapa de la Iglesia, que se preocupa de la dimensión social. Hacía tiempo que se vivía un cambio en el paradigma del pensamiento cultural, además del proceso de industrialización y la masificación de las ciudades. En ese contexto la Iglesia tiene que salir al paso y recordar la dignidad de las personas.


Desde entonces todos los pontífices, de distinta manera, se han ocupado del tema. Cada uno ha hecho hincapié en diferentes aspectos, para ayudar a restaurar la fraternidad que nos propone Cristo en el Evangelio, poniendo como fundamento “el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta” (Col 3, 14).



A su vez, el amor al prójimo es el indicador de que amamos a Dios: “El que dice ‘amo a Dios’ y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20). La fraternidad está por encima de cualquier ideología o meta intelectual. El olvido de Dios nos lleva al olvido de la caridad, mientras que la filiación común en Dios nos permite ver al otro como hermano (cf. Pío X, Notre charge apostolique 22).


Señalamos algunas actitudes y virtudes que han sido señaladas como necesarias por los diferentes papas para caminar hacia la fraternidad:


SOLIDARIDAD

En todos los documentos aparece esta virtud. Por el momento crítico que estamos viviendo es importante recordar lo que nos dice Pio XII: “la solidaridad no solo abarca a éstos o aquellos pueblos, sino que es universal, porque se funda en el vínculo íntimo de un destino común y en el derecho que pertenece a todos por igual” (Alocución de Navidad). Esto se puede aplicar perfectamente al contexto actual: es un llamado a la búsqueda del bien común de todas las naciones y personas que las habitan, empezando por las que están a nuestro lado.


VIDA EN COMUNIDAD

Necesitamos descubrir al otro (al que tiene rostro y nos mira) como prójimo, como hermano. Esto nos orienta a buscar el bien común. Somos hijos de Dios y estamos llamados a un destino eterno, por lo tanto, es preciso vivir desprendidos de los bienes pasajeros, pues para entrar en el Cielo cuenta la caridad, que implica estar atentos a los necesitados (cf. Mater et Magistra 155-158). Solo así nos liberamos del individualismo y podemos buscar el bien común (cf. Octogesima Adveniens 23).


LLAMADA AL DESARROLLO

Desplegamos los talentos recibidos en beneficio de nuestros contemporáneos o de generaciones futuras (cf. Populorum Progressio 17). Los que tenemos más posibilidades estamos obligados a ayudar a los más necesitados (cf. Gaudium et Spes 86). No es una elección, es una obligación que sentimos de darnos a los niños y a los jóvenes. En la medida en que perdemos la mirada de servidores nos ponemos en una actitud agresiva hacia los pobres y, en cierto modo, de juicio contra Dios.


COMUNICACIÓN

La comunicación genera fraternidad (cf. Populorum Progressio 73) cuando nos centramos en la persona y dejamos en un segundo plano el producto a obtener o los medios que empleamos. El trabajo, y más en la educación, que es encuentro, necesita estar enriquecido por la dimensión espiritual. El dialogo que establecemos entre los hermanos, cuando es constructivo, también enriquece a la comunidad educativa. En el Sinaí recibimos los mandamientos como una forma de encuentro con los otros, pero Cristo en su encarnación nos señala un modo de ser y de hacer, dando primacía al otro.


FILIACIÓN

Cristo se ha constituido como primogénito de muchos hermanos y hace que todos formemos la familia del Padre (cf. Gaudium et Spes 32). Estamos llamados a descubrir en los otros a Cristo, a todos les debemos una mirada de respeto y valoración máxima porque “cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt 25, 40). No solo compartimos un trabajo o un proyecto, es importante vernos como hijos del Padre común. Él nos puede dar la felicidad que anhelamos pues acoge a cada uno como al Hijo Primogénito (cf. Rerum Novarum 20). “Quien tiene bienes y viendo a su hermano en necesidad le cierra las entrañas, ¿cómo es posible que habite en él la caridad de Dios?” (1 Jn 3, 16-17).


MANDAMIENTO DEL AMOR

Nos obliga a todos y especialmente a los que nos llamamos cristianos. Esto supone que vamos más allá de lo justo en sentido legal: somos capaces de conmovernos compasivamente ante las necesidades de los otros, sentimos su dolor como propio y estamos dispuestos a defender sus derechos frente a las autoridades (cf. Quadragesimo Anno 125). Solo el amor fraterno llega a quienes no se pueden valer por sí mismos: niños, drogadictos, ancianos, discapacitados, etc. (cf. Centesimus Annus 50).


PERDÓN

Necesitamos acoger a los demás tal y como son, perdonando sus injurias como modo de romper las cadenas que esclavizan y la espiral que nos destruye. El perdón hace florecer la paz y el encuentro. En un sentido amplio, incluso la fraternidad de los que han equivocado el camino (como en el caso del rico epulón en Lc 16, 19-31) quiere llegar a otros para prevenirles y que puedan evitar los mismos errores (cf. Deus Charitas Est 15).


TRABAJO COMÚN

El trabajo en común nos une como hermanos, pues participamos de una misma esperanza y tenemos la voluntad de extender el Reino Dios. Pero debemos tener presente que la persona vale más que el trabajo y que los progresos técnicos (cf. Laborem Exercens 26).


DOCILIDAD AL ESPÍRITU

Es el Espíritu Santo quien armoniza los corazones, nos mueve a amarnos como hermanos y nos impulsa a servir a imitación de Cristo, que lavó los pies a sus discípulos (Jn 13, 1-13). En la misma línea, San Pablo señala un matiz especial a quienes compartimos la fe: “Mientras tengamos oportunidad hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Ga 6, 10). Así como los astrónomos hacen un gran esfuerzo por descubrir nuevos planetas, nosotros debemos esforzarnos por descubrir a los hermanos ignorados. “El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la “padece” y busca la promoción del hermano” (Fratelli Tutti 115).


Hno. Javier Lázaro

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