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La comunidad…lugar de esperanza

En esta oportunidad, me gustaría compartir con ustedes mi experiencia personal sobre lo que me da esperanza y me anima a vivir en este momento. Y mi deseo es realizarlo desde un lugar particular: la experiencia.


Siempre recuerdo mi año de noviciado (2005, en Lima) como un tiempo de profundizar en la fe y en el conocimiento de la vida de los hermanos. Pero algo que siempre llamó mi atención era todo el tiempo y todos los temas dedicados a “la vida comunitaria”, siendo el eje central de la formación y que incluso parecía reiterativo. Lo más probable es que, en ese momento, no daba la importancia existencial y trascendente de lo que significa la vida comunitaria en nuestra consagración.

 

Al transcurrir los años, todo ese conocimiento racional, junto a las primeras experiencias de vida comunitaria, fueron tomando “carne”, fueron convirtiéndose en experiencia de fe y vida. Los temas que en un primer momento viví como conceptuales-racionales, se plasmaban en la vida, cotidiana y concreta, transformándose en el cuerpo y sostén de mi experiencia de vida fraterna.

 

Así, una de las experiencias que da esperanza a mi vida consagrada hoy es la “vida comunitaria vivida en fraternidad”, que supera una mera concepción racional y se cimienta en la realidad concreta, transformando en experiencia lo que se expresa en la Regla de Vida, artículo 25: “La fraternidad se desarrolla en primer lugar en la comunidad local. Todo ha de favorecer la estima mutua y la armonía de las relaciones... Llevando “los unos las cargas de los otros” (Ga 6, 2) en el perdón y en el olvido de sí mismo, en la benevolencia y en la ayuda mutua, creamos los lazos de una verdadera amistad que llega hasta la corrección fraterna”.

 

Sin duda, es el mismo Jesús quien nos ha llamado a seguirle de una manera particular, pero somos cada uno de nosotros los que formamos esa comunidad de seguidores, con toda nuestra humanidad y todo lo que ella implica. Con nuestras diferencias de pensamiento, carácter, estrategias para afrontar las dificultades… somos capaces de “ir siendo hermanos”, en las buenas y en las malas, intentando vivir frecuentemente el “sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección” (Col. 3,13-14).

 

Durante mi vida de hermano he vivido muchas alegrías junto a la comunidad, pero también, me ha tocado vivir experiencias complejas, específicamente de salud. Estas experiencias me han llevado a tocar mi propia vulnerabilidad, a reconocerme como una persona necesitada de los que me rodean. Pero fue en esos momentos de gran debilidad física y emocional cuando la comunidad más estuvo presente como sostén y acompañamiento.

 

En la actualidad, nuevamente me toca atravesar una dificultad de salud. Desde el mes de marzo en adelante y debido a diferentes circunstancias (operaciones quirúrgicas y vivencias emocionales), comencé con un cuadro de crisis de ansiedad que ha alterado las diferentes actividades que realizaba a diario. Esta situación, que no se soluciona farmacológicamente, con una simple pastilla, nuevamente me ha colocado frente a mi fuente de esperanza: la comunidad. La comunidad ha sido el lugar donde he podido compartir y expresar cómo me siento, lo que me pasa, ha sido el lugar de confianza para depositar avances y retrocesos, lugar donde, si estás dispuesto a hablar, hay un hermano que escucha y viceversa. Me ha ayudado a resignificar lo valioso que es cuidarnos entre nosotros, en lo físico y emocional y a reconocer cómo la comunidad se transforma en la red de apoyo primordial en nuestra vida consagrada.


Creo que, como seres humanos llamados por Dios, estamos constantemente en la misión de llevar la fraternidad del concepto a la vida; la comunidad, de la letra a la práctica. No es un camino fácil, como toda familia normal pasamos por nuestras dificultades, pero Jesús nos llama a ser hermanos y eso nos anima a caminar según nos orienta nuestra Regla de Vida en su artículo 15: “Un espíritu de caridad caracteriza a nuestro instituto. Este espíritu se manifiesta por la sencillez, la acogida y la fraternidad. Como verdaderos hermanos, compartimos nuestra vida y nuestro apostolado. Cultivamos con tanto esmero el espíritu de familia que cada uno se siente amado por lo que es.” 

 

Hno. Leonel Cárdenas


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