El desafío de la educación virtual II
Nivel Inicial de Venado Tuerto
El 15 de marzo pasado mi licencia por maternidad llegaba a su fin y, al día siguiente, debía regresar a mi tan querida Sala Amarilla. Cuánta mezcla de emociones… miedos y nostalgia de tener que dejar a mi bebé recién nacido y alegría de volver al lugar que amo, que me permitió ser y crecer como docente, el lugar donde veintiún niños de apenas tres años me esperaban.
Ya se hablaba de coronavirus, de pandemia y de la posibilidad de una cuarentena. Mi ansiedad de volver me decía que debía prepararme igual, tenía mi mochila armada, mi planificación lista para esa semana, unos globos, un títere de burro y el pintorcito recién planchado. Pero, al concluir ese domingo 15 de marzo, se confirmó… la cuarentena estaba declarada oficialmente. Otra vez una mezcla de emociones volvió a invadirme. Podía estar más tiempo en casa, pero lo que tanto había esperado y preparado para ese primer día se había truncado y ni hablar de lo que generaba la palabra “cuarentena”.
El lunes 16 nos enterábamos de que la escuela no se cerraba, los docentes y alumnos no podíamos ir, pero debíamos continuar con nuestras clases. Recuerdo que me pareció casi insólito. ¿Cómo lo haremos? ¿Por qué medio? ¿Estamos preparados para esto? Claro que no… pero el deber llamó y la vocación de servicio aún más.
Pocos días después, me levanté una mañana y me encontré con una carpa en el medio del living, llena de títeres y almohadones… era el rincón de cuentos. Quise abrir la cortina para dejar entrar el sol, pero hallé una escenografía de cielo colgada en la ventana para filmar una canción. Preparé el mate y fui derecho al escritorio a hacer rápido un video de buenos días, porque mis pequeños lo esperaban ansiosos. Hoy mi casa es mi Sala Amarilla, mi marido es mi auxiliar, mi bebé me acompaña a dar clases cada día y mis alumnos me esperan del otro lado de una pantalla.
Esta realidad es la misma que se repite en cada hogar de mis compañeras, que combinan la docencia con la maternidad, el matrimonio y los quehaceres domésticos. Esas compañeras que hoy más que nunca están ahí para la otra, porque, pese a la distancia y más allá de las diferencias, es momento de entenderse y de ser solidarios. Es lo que puedo ver reflejado en el trabajo que estamos haciendo, siempre hacia adelante, con fe, como un verdadero equipo fraterno.
También es la realidad de esas familias que con tanto esfuerzo y compromiso se volvieron nuestra voz, nuestros ojos, nuestros oídos, nuestro nexo con esos niños. Cada una con sus propias problemáticas y que, aun así, valoran nuestro esfuerzo.
Y ellos, mis queridos niños… ¿quién iba a pensar que a tan corta edad iban a estar esperando con alegría su tarea, un video de la seño, de Manolo (así llamaron al títere burro), un cuento, una canción, una búsqueda del tesoro…?
Hoy quizás me resulte difícil evaluar cuántos contenidos aprendieron, pero tengo la certeza de que hay vínculos que se fortalecen a través del amor que todo lo trasciende y que van más allá de las pantallas, no sólo para enseñar, sino también para acompañar, para contener, para llevar alegrías y esperanzas.
Y es así como en tiempos de pandemia, de incertidumbre, de tristeza, nuestros lazos se hacen cada vez más fuertes entre las docentes, entre las familias y con nuestros alumnos porque, paradójicamente, cuando más lejos estamos es cuando más cercanos nos volvemos y actuamos como lo que somos: una familia… UNA GRAN FAMILIA CORAZONISTA.
Prof. Melina Vélez (Sala de 3 años)
Nivel Primario de Lomas de Zamora
Desde hace 30 años me he dedicado a la docencia, disfruto enseñar y alentar a los niños a desafiarse un poco más cada día. Pero, de pronto, tuvimos que adaptarnos a otra realidad. Esta pandemia nos obligó a dar valor a lo que realmente lo tiene y nos llegó a nosotras, las docentes, una inesperada oportunidad de reinventar nuestra pedagogía, para innovar nuestras técnicas y encontrar nuevas vías de comunicación para estar más cerca que nunca, a pesar de la distancia.
Lo que p arecía complicado y poco viable, resultó ser todo lo contrario. Yo, que de computadoras sé muy poco y poco me gustaba usarla, hoy me veo programando reuniones de Zoom, enviando e-mail, digitalizando actividades en distintos formatos, planificando juegos interactivos y, cuando el papel no basta ante los temas nuevos, grabando videos explicativos, aprovechando los recursos que nos brinda esta era tecnológica.
Es gracias a los alumnos que las reuniones de Zoom mantienen un dinamismo y una participación destacable y yo, como una alumna más, aprendiendo este modo virtual. Juntos las reuniones son momentos de encuentro, despejando dudas, aclarando conceptos, compartiendo acertijos, recetas de comida, festejando cumpleaños… Pude llegar así a sus hogares y ellos al mío. Vía e-mail, casi a diario, interactuar con mensajes de afecto, de buenos deseos, seguir en contacto para que la motivación de aprender no sea opacada por la situación y mantenernos con un objetivo que nos permita y nos invite cada día a levantarnos y seguir adelante.
Me emociona el acompañamiento y compromiso de los padres de los niños y de mis colegas, que han hecho de estas circunstancias un orgullo, una manera de demostrar nuestra fortaleza. Este espíritu Corazonista es el que nos mantiene unidos y es el amor lo que nos impulsa a innovar y no flaquear.
Cómo una palabra puede acercarnos, alentarnos, esos “TKM” de los alumnos que nos hacen sentir que nuestro trabajo no es un trabajo sino una forma de vida. Hoy más que nunca la contención, el aliento, el afecto, la fe, la esperanza, el amor… deben ser nuestras herramientas esenciales para superar esta situación, manteniendo la confianza en nuestro Sagrado Corazón de Jesús, esa mano amiga que siempre está a nuestro lado.
Silvana Tocci (6º grado)
Nivel Secundario de Montevideo
A veces lo mejor es enemigo de lo bueno. A veces sucede que nos enfrentamos a la acción y lo mejor que podemos hacer no nos resulta “bueno”. Esto puede estar pasándonos a todos hoy. Podemos fácilmente acordar que no forma parte de lo bueno permanecer aislados, no es lo bueno trabajar desde un rincón de nuestras casas, no vernos, no abrazarnos, no encontrarnos con los estudiantes ni con nuestros compañeros de tarea. No es bueno perder la posibilidad de intercambiar por fuera del salón, encontrarnos en el patio, en la puerta, compartir un mate en el recreo.
Pero lamentablemente nada de esto es posible por el momento. Y ante la imposibilidad de desarrollar nuestra tarea con la cercanía de siempre, algunas herramientas digitales nos posibilitan la comunicación con los estudiantes y nos ofrecen la posibilidad de continuar trabajando. Nuestra vocación docente e incluso nuestras convicciones ideológicas nos pueden llevar a pensar que no francamente. Que no es posible. Que es perjudicial. Que falta lo primordial. Que se vacía de sentido la tarea. Que nos estresa. Que no podemos manejarlo. Que no sabemos manejarlo. Que no todos tenemos las condiciones para manejarlo. Que no estamos preparados para esto. Que este no es nuestro trabajo. Personalmente pensé: no existe el teatro sin convivencia en un mismo espacio, es imposible, no tiene sentido intentar la clase de teatro por computadora. Y de la misma forma, muchos colegas por muchos motivos entendían esencial el encuentro real con los estudiantes.
Ahora, en el momento en que uno sale de esta primera reacción, intenta defender junto con muchos compañeros docentes y muchos estudiantes la experiencia educativa, que es además nuestra fuente laboral. Comenzamos entonces a saber que no es bueno, pero que, aun así, es lo mejor. Descubrimos que la tarea sí tiene sentido. Incluso aprendemos. Revemos y cuestionamos nuestras formas, a veces sistematizadas hace mucho tiempo, a veces vetustas. Resultan cosas positivas. Uno se encuentra con los estudiantes pidiendo más clases, pidiendo volver a entrar al “link” para tener un rato más de intercambio, docentes y estudiantes extrañando y valorando el espacio de encuentro que la institución nos daba y nos dará, compartiendo materiales que no habíamos pensado compartir, reinventando programas, reviendo planificaciones, yendo más lento, cuidando más.
Podemos quedar en la inacción absoluta al vernos impedidos de hacer lo bueno; también podemos entregarnos a la acción sabiendo que estamos haciendo lo mejor.
Prof. Lucía Senra