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Noviciado 2019: Con la mirada puesta en el Dios de la Vida

Al hermano novicio, por la altura de miras a la que tiende, se le puede aplicar la metáfora de la olimpiada: rápido, alto y fuerte. Como el grito de la más justa y noble ambición, del irrefrenable deseo de llegar a esa meta cada vez más elevada y hacerlo con celeridad, poniendo el listón cada día más alto.

Entre la pedagogía de una formación de calidad en todas las formas, hasta esa proclama olímpica, deportiva, se viene disputando, nunca mejor dicho, el mérito de esa enternecedora consigna. Suena muy bien, aunque en ocasiones digamos que es un tanto voluntarista, pues como señala la Guía de formación: “No se trata de que el maestro forme al novicio proporcionándole todo lo que necesita para comprometerse. La iniciativa es más bien a la inversa: el novicio, acompañado por el maestro, se forma bajo la moción del Espíritu Santo. Se pone la confianza en los dones que el Espíritu Santo reparte a cada uno”.

En esta carrera, lo importante no es ganar sino participar y vale más la lucha y el esfuerzo que el triunfo. Ahora bien, lo de batir records siempre en valores y virtudes, bien justificados éticamente, ha de ser el deseo del hermano novicio, sobre todo a la hora de evitar el contentamiento con muy poco. Sin embargo, el sentido de la realidad y la aspiración de querer llegar a lo mejor, ha de animar al hermano novicio y a la comunidad del noviciado a que cada uno lo emplee en servicio del bien común; donde el buen trabajo realizado ayude a todos a reconocer la necesidad de estar unidos en la empresa y tarea de conseguir un justo bienestar para todos.

Este es el verdadero y auténtico hábito del novicio, donde no sólo bastan las buenas intenciones sino que los cinco aros olímpicos entrelazados entre sí han de ser ordenados y adornados por el esfuerzo, la formación, la compasión, la confianza y la ascesis.

Todo esto nos llevará a que la escucha a Dios y a nuestra propia conciencia, siempre ayudada por las bienaventuranzas, sean los caminos a seguir y guía para el itinerario de los que anhelamos estar muy unidos al deseo y voluntad de Cristo. Sin dejar de tener en cuenta que el sacrificio, la cruz, es carga, llevadera y ligera, pues como bien dice el refrán: “Dios aprieta, pero no ahoga”.

Estas actitudes harán ineludible el pronunciamiento de quienes creen y aspiran a ser Hermanos del Sagrado Corazón haciendo vida y realidad “la forma viva del paso de Cristo por nuestra historia”.

Hno. Eusebio Calvo

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