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Mirar el pasado con gratitud: Visita a la ciudad de Trinidad

El pasado sábado 2 de marzo de 2019 los hermanos del Consejo Provincial junto a los hermanos de la comunidad de Montevideo, visitamos la ciudad de Trinidad, capital del Departamento de Flores en Uruguay, primera cuna de los Corazonistas en América Latina.

Allí llegaron los Hermanos Valero y Ciriaco en diciembre de 1927, a quienes tres meses más tarde se les unirían los Hermanos Segundo y Justino. Los cuatro fueron la comunidad fundadora de nuestro primer colegio en el continente, que abrió sus puertas en marzo de 1928 y funcionó hasta 1932.

Posteriormente, pasaron varias décadas sin que tengamos registro de que los hermanos hayamos vuelto a la ciudad de Trinidad o tuviéramos contacto con aquellos antiguos alumnos. Fue recién a fines de la década de los 90 que, gracias al Hno. Mario Gassmann (Superior Provincial en ese momento) y al impulso de los hermanos de la comunidad de Montevideo, se retomó contacto con ellos, ya todos ancianos pero aún con recuerdos muy vivos de su niñez.

En el año 2002, cuando festejamos el 75º aniversario de la llegada de los hermanos a Uruguay y a América Latina, el festejo en Trinidad fue uno de los principales eventos. Al concluir la celebración de la Eucaristía se descubrió y bendijo una placa conmemorativa en la entrada del templo, que allí sigue para dar testimonio de la historia.

Al comenzar nuestro camino hacia el Bicentenario del Instituto (1821-2021) quisimos nosotros también “mirar al pasado con gratitud” y volver al lugar de nuestros orígenes como Provincia.

Genera emoción leer la descripción del Hno. Dacien en el Anuario Nº 24 (de 1929-30), recordar el testimonio oído de viva voz de los exalumnos e ir cotejando todo con la realidad actual: entrar al templo parroquial donde nuestros hermanos rezaron y celebraron la eucaristía; ver la imagen del Sagrado Corazón (que antes presidía el templo y ahora está en un altar lateral) ante la que ellos confiaron a Jesús sus sueños y penas (y frente a la que el Hno. Justino emitió sus votos perpetuos); encontrar intacto el “salón de actos” de la parroquia, donde se realizaban los actos académicos de fin de curso; caminar por la plaza donde los niños esperaban a sus maestros, para ir caminando todos juntos a la escuela; adivinar en las antiguas paredes de lo que hoy es una mueblería, los rastros de aquel primer colegio de 1928…

Esta es nuestra historia, sencilla pero llena de grandeza. Es seguramente similar a la historia de tantos hermanos que, dejándolo todo, siguieron al Maestro para extender el fuego del amor de Dios por todo el mundo y fundaron escuelas en tantos países diferentes.

Que en estos años de preparación al Bicentenario, el Señor haga renacer en nosotros aquel fuego ardiente que animó a los hermanos pioneros de 1927-28.

Hno. Emilio Rodrigo

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