Lema 2019
Jesús acompaña: déjate mirar
“Siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó…” (Jn 1, 37). Esta experiencia se repite en la vida de cada uno. Sentimos que caminamos con Jesús y Él nos mira. Somos libres pero Él nos acompaña. Como los padres que dejan que jueguen sus hijos pequeños sin perderlos de vista. Así estamos nosotros con Jesús: hacemos cosas que hemos elegido mientras su mirada amorosa nos sostiene.
Jesús lee con su mirada lo que ansían nuestros corazones y por eso nos pregunta: “¿Qué buscan?” (Jn 1, 38a). Aunque algunas veces nos sentimos como la “oveja perdida”, siempre queremos encontrar “el Camino, la Verdad y la Vida”. En la medida que buscamos, Cristo nos encuentra. Es preciso despertar el deseo, el anhelo más profundo.
Como personas sedientas de plenitud, anhelamos la amistad de Jesús. No le preguntamos qué hace, dónde va o quién es; sólo le decimos: “¿Dónde vives?” (Jn 1, 38b). No queremos hacerle un reportaje o una entrevista, sino que buscamos una permanencia y una continuidad, aspiramos a un vínculo. Queremos estar con Él, compartir su tiempo, vivir en su compañía.
Jesús nos responde con generosidad: “Vengan y vean” (Jn 1, 39). La invitación a estar con Él es inmediata pues su agenda está abierta, disponible, para que vivamos en su compañía. Su proyecto es vivir con nosotros. Jesús, en su vínculo de amistad, no sabe lo que es postergar, diferir, retrasar, supeditar, ignorar… Jesús es quien se queda cuando le invitamos (cf. Lc 24, 29), quien entra cuando le abrimos la puerta (Ap 3, 20), quien es enviado por el Padre para que vivamos la Buena Noticia (Lc 4, 18-19).
Nuestra lema y logo nos invitan a la experiencia de vivir en compañía de Jesús, dejándonos mirar por Él. Es una vivencia que se realiza en el corazón de cada uno y que se irradia en las relaciones con los otros. Nos podemos detener en algunos elementos que lo componen:
1. El Corazón:
Atrae la atención, quiere orientar nuestra mirada. La centralidad hace que sea lo más significativo. Nos habla de una relación de amistad, de intimidad, de afecto y de acogida. Es el Corazón de Cristo que nos atrae con lazos de amor. Es el verdadero hogar que arde por nuestro amor, se inclina compasivamente y nos atrae con su infinita misericordia. El Corazón de Jesús nos muestra una forma de mirar, de estar, de acompañarnos, de aceptarnos y de ser hermanos. Nos invita, como a Juan, a que apoyemos la cabeza en su pecho, para que aspiremos su afecto, descansemos en Él y escuchemos: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28).
2. La Cruz:
Si el corazón es el símbolo del amor, la Cruz de Cristo es el signo de su amor infinito. Ni juntando el amor de todos las madres del mundo se podría comparar con le entrega de Jesús. La Cruz nos recuerda que somos amados, sin importar nuestro pasado, con una elección personal y para siempre. Es un llamado a la oblación necesaria en las relaciones interpersonales. Es el antídoto contra el “romanticismo” que sólo busca la satisfacción del momento. La Cruz es el escenario donde Cristo nos deja abierto su Corazón para darnos su Vida: “Uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua” (Jn 19, 34).
3. Los rayos:
Salen del Corazón e irradian la Luz divina, los valores del Reino. No nos encandilan sino que nos abren al deseo de buscar y acoger la verdad, el bien, la belleza, la justicia, la solidaridad y la paz. Sólo cuando caminamos acompañados por Cristo estamos en la Luz, que nos permite experimentar la alegría que procede del Espíritu. La Luz nos llega de diversos modos, entre otros: los deseos de bondad, la caridad hacia los otros y la oración con la Palabra: “La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9).
4. Jesús:
Al hablar del Corazón nos referimos a la persona de Jesús. Es el mismo que, enviado por el Padre, muere en la Cruz por nuestro amor. La vida espiritual no es una filosofía ni una técnica psicológica, tampoco es una ideología… La vida espiritual es un encuentro personal con Jesús: alguien que nos acompaña en lo más íntimo de nuestro corazón y nos mira con cariño. Él nos escucha y nos habla en la realidad concreta; siempre quiere nuestra alegría. “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (Jn 6, 68-69).
5. Acompaña:
Jesús vive en nuestra intimidad y nos acompaña siempre. Aunque olvidemos su presencia o renunciemos a vivir en su amistad, Él está ahí, esperando nuestro sí. Hay un reducto de nuestro corazón que sólo le pertenece a él, pues nos ha creado a su imagen y semejanza, sabe qué necesitamos y nos sostiene. “Jesús se acercó y siguió caminando con ellos” (Lc 24, 15).
6. Déjate:
Jesús no se impone a nuestras decisiones, sino que siempre respeta la libertad. Él es el Maestro que nos enseña y nosotros estamos llamados a seguir su Camino. Él va por delante y el triunfo final es seguro. Nos ha elegido para que estemos en su proyecto del Reino. Es preciso que despertemos el deseo de plenitud, de crecimiento ilimitado.“Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón” (Mt 11, 29).
7. Mirar:
En el principio de una relación verdadera siempre hay una mirada que, en cierto modo, nos configura. Dios nos ha mirado con agrado desde el primer momento, porque la mirada divina es de amor. Cada vez que nos presentamos frente a Él, nos mira con alegría. Aunque nosotros no nos aceptemos, Él nos mira con cariño para afirmarnos en nuestra identidad y hacernos sentir su predilección. “Jesús lo miró con amor… Después le dijo, ven y sígueme” (Cf. Mc 10, 21).