Septiembre: Mes de la Biblia
El mes de septiembre está dedicado de forma especial a la Biblia. Nuestra Regla de vida nos dice que la Palabra inspira nuestra oración: “El compartir el Evangelio y la lectura asidua de la Biblia nos abren el espíritu y el corazón a un conocimiento íntimo de Jesús” (RdV 132).
La Palabra se asemeja a la leche materna: son “células vivas” que recibe el niño y le posibilitan alimentarse, seguir teniendo vida y desarrollarse. Todos sabemos que la leche materna es irremplazable aunque han surgido sucedáneos. Estos son, aparentemente, más cómodos pero debilitan el vínculo entre la madre y el hijo, y siguen con otra serie de consecuencias negativas que los especialistas no han terminado de relevar.
La Palabra de Dios llega para alimentarnos, sostenernos y profundizar nuestra vocación. Necesitamos desear y aspirar su riqueza: “como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío” (Sal 41,2). Necesitamos encontrar la Palabra para gustarla y sabernos en la presencia continua de Dios. Por la Palabra Jesús se sigue encarnando en nuestros corazones, como hace más de 2000 años.
Quienes anunciamos a los demás la Buena Noticia, primero precisamos recibir a Jesús que viene a nuestro encuentro; para que no se repita en nuestro corazón: “vino a los suyos y no lo recibieron” (Jn 1,12-13). De nuestra parte no hay un rechazo frontal, con una animosidad abierta, pero podemos caer en la indiferencia (como ante algo ya sabido), en la rutina (propia de quienes ya no se dejan afectar interiormente), en la manipulación (haciendo una acomodación de la Palabra a nuestros gustos y así postergar indefinidamente la conversión),en el racionalismo (limitando la acción de la Palabra en nuestra existencia y en cierto modo rechazando a Jesús como el Señor de nuestra vida), etc.
El profeta Jeremías encuentra en la Palabra la fuerza para su misión profética: “Cuando se presentaban tus palabras yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo soy llamado con tu Nombre, Señor, Dios de los ejércitos” (Jr 15,16). Nosotros, además de dejarnos alcanzar por la Palabra, necesitamos rumiarla, gustarla, guardarla, llevarla a los otros y hacer que nos ayude a discernir en todo momento lo voluntad de Dios, en nuestra vida personal y comunitaria.
Hno. Javier Lázarro