194º Aniversario de los Corazonistas
Un día como hoy, 30 de septiembre, pero en el año 1821, el Padre Andrés Coindre fundaba con diez jóvenes que se consagraban a Dios, el Instituto de los Hermanos del Sagrado Corazón, en la ciudad de Lyon, en Francia.
El relato más cercano que tenemos de los hechos nos lo proporcionan las “Memorias del Hno. Xavier” (Guillaume Arnaud), primer joven a quien el Padre Andrés Coindre invitó a integrarse a su nueva comunidad. ¿Qué mejor que dejarle a él mismo contarnos cómo sucedieron los hechos?
En 1817, el señor André Coindre, viendo que los hospitales y las prisiones de Lyon se llenaban de muchachos, tomó la decisión de fundar una casa para recogerlos y apartarlos del peligro. Comenzó por reunir a cinco o seis en una celda de los antiguos Cartujos, próxima a la pequeña puerta de la iglesia; los confió a la vigilancia de un joven, llamado Genthon, a quien designó como encargado. Ocupaba a estos muchachos en devanar la seda a la vez que trataba de instruirlos. Pronto, su número aumentó. Entonces pensaron en dar les una ocupación más lucrativa llegando a ser más tarde, para estos pobres muchachos, un medio de subsistencia; con este fin, se montaron dos telares de tejer seda.
Pero la celda era ya demasiado pequeña; eran ya unos quince muchachos. Hubo que pensar en adquirir otro local; se le echó el ojo a una casa, que estaba en alquiler, ubicada en unas parcelas pertenecientes al señor Féréol. Se convino el precio y, en 1818, se trasladó allí la Providence Saint-Bruno, (era el nombre que el señor Coindre había dado a esta pequeña agrupación). Este local permitió poner un número mayor de telares e implantar incluso otras especialidades industriales.
Se presentó entonces un tal Dufour quien comprometió al señor Coindre a montar una hilandería diciéndole que se encargaba de hacerla funcionar. Los gastos se elevaron a tres mil o cuatro mil francos. Pero pronto se dieron cuenta de que, con esta hilandería, en lugar de ganar dinero, sólo les suponía gastos, ya sea para mantenerla en '¡servicio ya para pagar el sueldo al empleado. Nos vimos, obligados pues a abandonar esa clase de trabajo y a despedir al señor Dufour, limitándonos a montar algunas máquinas de tejidos más. Habiendo aumentado considerablemente el número de muchachos, la casa resultaba demasiado pequeña.
Entonces, el señor Coindre, de acuerdo con su padre que en aquel tiempo quería retirarse del comercio (en Lyon era comerciante de sal al por mayor), decidió comprar una casa (entonces en venta) ubicada en el fuerte Saint-Jean. Se encontraba en una situación inmejorable para sus planes; convinieron el precio y pagaron cada uno la mitad. En 1820, trasladaron allí todo el material de nuestra providencia.
El aumento constante del número de muchachos, obligó a aumentar el de empleados. El señor Coindre, viendo que su obra era de carácter benéfico, hizo una petición a almas generosas para crear fondos, ya que un gran número de muchachos eran hijos de padres muy pobres. Numerosas personas le secundaron en esta tarea y pronto se estuvo en condiciones de recibir un número mayor de muchachos.
Pero esta obra era todavía imperfecta. El señor Coindre se dio pronto cuenta de que el trato que estaba obligado a dar a sus empleados debilitaría siempre su obra; por otro lado, su fidelidad no estaba siempre exenta de defectos: a menudo, había que pagar la seda a los comerciantes para los que trabajábamos. Decidió preparar Hermanos para reemplazar a los empleados. Hizo partícipes de su plan a dos de ellos en los que había observado ciertas disposiciones para la vida religiosa; uno se llamaba Guillaume Arnaud, el otro Antoine Genthon. El primero respondió que, teniendo en cuenta que jamás había pensado en ello, la propuesta requería un poco de reflexión. El segundo respondió que no se sentía atraído por esa clase de vida. En efecto, salió [de la providencia] para entrar de dependiente en la librería de Perisse.
En aquel momento, el señor Coindre salió para dar una misión en Belleville donde hizo un gran bien; encontró allí un joven llamado Claude Mélinond el cual se presentó para confesarse y para consultarle al mismo tiempo, manifestándole que quería retirarse del mundo. Este joven tenía los pies torcidos, lo que le molestaba mucho al andar. El señor Coindre le recomendó fuera siempre muy prudente en esto y que tal vez, en poco tiempo, podría encontrar/e una plaza. A su vuelta de Belleville, el señor Coindre pidió a Guillaume Arnaud lo que pensaba de la proposición que le había hecho. Guillaume le respondió que, conociendo ya bastante el mundo, se creía, con la gracia de Dios, tener la suficiente fuerza para despreciarlo. Entonces el buen padre le abrazó tiernamente y le dijo: "Usted será el primero de esta pequeña congregación que pretendo formar. Desde este momento, le encargo de una manera muy particular del cuidado del establecimiento." - 1821.
El señor Coindre partió para inaugurar la misión de Saint-Étienne donde desplegó todo su celo para convertir a esta pobre gente. Es aquí donde hizo maravillas, como nos informa uno de sus colaboradores (el señor Ballet). Encontró, en una de las parroquias llamada Valbenôite, algunos jóvenes que vivían retirados del mundo bajo la dirección y vigilancia del buen párroco de dicha parroquia tenían cada uno su oficio y vivían de su trabajo. El señor Coindre, que tenía siempre in mente su obra, pensó que bien podría sacar partido de este pequeño grupo. Habló al párroco, haciéndole saber lo que había hecho ya en Lyon. Había entre ellos personas de una cierta edad, sobre todo un tal llamado Victor Guillet que había estado casado; tenía incluso una hija que la había colocado en una comunidad de Saint-Joseph con una de sus tías. Había otro que se llamaba Dufour que poseía propiedades en dicho lugar y una fábrica de cordones.
Fue acordado entre ellos que se unirían a nosotros, que erigirían dos casas, una en Lyon que sería siempre considerada como casa-madre y la otra en Valbenoîte. El señor cura cedía para ello una casa que le pertenecía, cerca de la iglesia; el señor Coindre debía ser el superior general y el encargado absoluto de la dirección. Todo quedó bien concertado y de acuerdo. Los componentes del grupo, siete en total, vinieron en efecto todos a Lyon para hacer un pequeño retiro y recibir cada uno su nombre de religión. El señor Coindre escribía a Claude Mélinond que se trasladara a Lyon para el mismo asunto. Él mismo, habiendo terminado la misión, se vino a los Cartujos para dirigirnos el retiro. Éramos diez en total, a saber: Guillaume Arnaud, Victor Guillet, Antoine Dufour, François Rimoux, X, X, X, X, Claude Mélinond y François Porchet. Este último era un maestro de escuela se había incorporado hacía algunos meses; tenía una enfermedad en un brazo que le impedía servirse de él.
Al término del retiro, nos condujo a Nuestra Señora de Fourvière donde celebró la santa misa por nosotros con el fin de ponernos bajo la protección de tan buena madre. Nos dio después un nombre de religión para darnos a entender que abandonando el nombre que nosotros teníamos en el mundo, no debíamos vivir sino para Dios. Así, dio el nombre de Hermano Xavier a Guillaume Arnaud, el nombre de Hermano Borgia a Victor Guillet, el nombre de Hermano Ignace a Antoine Dufour, el nombre de Hermano Augustin a François Rimoux, el nombre de Hermano François a (Claude Mélinond, el nombre de Hermano Paul a François Porchet. Nuestro primer hábito fue una especie de levita con un pequeño gabán o carrique
Una vez finalizado todo, distribuyó el trabajo que cada uno debía desempeñar. Nombró director de la casa de Lyon al Hermano Borgia y al Hermano Ignace, director de la casa de Valbenoîte. Éste partió enseguida con sus cuatro compañeros. El Hermano Borgia, el Hermano Xavier, el Hermano Augustin, el Hermano François y el Hermano Paul permanecieron en Lyon.
Era el 30 de septiembre de 1821 cuando el buen padre Coindre nos constituyó en congregación bajo la regla de San Agustín y las constituciones de San Ignacio.