Pluma Corazonista: Un Dios en construcción
¡Qué título! Es que a veces pienso que cada uno se hace una imagen de cómo será Dios y hay hasta algunos que niegan hacerse una imagen siquiera.
Este pensamiento, que me viene rondando de un tiempo a esta parte, hace que mire hacia atrás y me arrepienta de algunas actitudes tenidas en otras épocas. Bueno, en realidad, era una actitud que muchos católicos teníamos y en la que fuimos formados, creo que por temor a no dejarnos avasallar por otras creencias herejes o fuera de la verdad que estaban en esta misma actitud y quizás, más beligerantes que nosotros, pero, como en mis ámbitos no demostraban fuerza suficiente, trataban de imponerse a partir de la agresión, la denostación pero en retaguardia.
Pienso, y cada vez me afirmo más en ello, que la imagen de Dios se ha ido “recuperando” a lo largo de la historia, así como se ha ido conformando poco a poco, a lo largo de nuestra vida en cada uno de nosotros. Y digo recuperando porque en un inicio el tema estaba claro hasta que sucedió lo que sucedió: pecado original y descalabro de los vínculos con Dios, con los demás, con la creación.
No es que se trate de una visión acabada y perfecta, lo cual es imposible de lograr aún hasta para los más encumbrados y capacitados teólogos o espiritualistas o místicos de la humanidad, sean de la creencia que fueren; sino de esa imagen muy distorsionada, imperfecta, pero que nos ayuda a vivir de acuerdo a las más íntimas necesidades de la naturaleza humana.
Y es por eso, y debido a eso mismo, es decir a la necesidad que tenemos de Dios, que nos inventamos no su existencia pero -porque queramos o no, con nosotros o a pesar nuestro, Él es-, sí una imagen de su ser que no deja de ser eso mismo: una imagen, lo cual nos remite a la expresión bíblica del Génesis: “creados a su imagen y semejanza”.
También es por eso que Dios envió a su Hijo Jesús para que nos diera una visión cabal de ese Dios en el que creemos. Cabal y real desde Jesús y para Él, pero aprehendida y asumida por nosotros desde nuestra imposibilidad natural de captar en su totalidad semejante misterio. Y en nuestra vida, de lo que se trata es de ir profundizando en ese misterio que develará nuestro propio misterio vital que dejaría de ser si el Ser divino no existiera.
Cada uno aplicará a “su propio Dios” sus experiencias afectivas, sensibles, racionales, etc. que ha ido incorporando a lo largo de su propia vida. Por lo tanto, creo que de acuerdo a la imagen que de Dios tengamos o dejemos de tener, se conformará nuestra propia imagen personal y nuestra propia realización humana.
Hno. Roberto F. De Luca