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Pluma Corazonista: Confiar en mi padre fue mi primer paso para confiar en Dios


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A veces me encuentro pensando en mi infancia cuando, a la vuelta de alguna visita a familiares, ya de noche, venía en brazos de mi papá totalmente confiado, absolutamente cansado y, poco después, profundamente dormido.

Ésa es mi primera imagen de Dios: cansancio, confianza, en brazos de Dios-Padre. Si llegara a tener ahora semejante confianza, que me proporcionaba más bien el agotamiento que la certeza, en el poder de mi papá… ¡cuánto más feliz sería!

En realidad es lo que todo hombre busca: tener en quién confiar ciegamente para transcurrir esta vida llena de sobresaltos, sin sobresaltos, plácidamente. Digamos que se trata de construir, a lo largo de los años que nos toque vivir, esa confianza que es fruto de muchas cosas: la fe, nuestra psicología, nuestras experiencias de vida…

Como todos somos distintos, todos vivimos esa experiencia de forma diferente. Y reafirmo que construimos nuestra imagen de Dios desde nuestra experiencia y de nuestras capacidades, donde se incluye obviamente lo que hayamos aprendido sobre el tema. Por eso me intranquiliza la manera en que manifiesto mi relación con Dios a los demás, sobre todo y especialmente, a los que se están formando; y, en algún punto, y dicho sea de paso, todos estamos en un estado de formación permanente, aunque no lo percibamos así.

El tema de la confianza en Dios se me ocurre similar al enfrentamiento de una tarea aventurera que puede ser venturosa pero también desventurada: así como “potrereaba” todo el día tras mis juegos infantiles hasta caer rendido en brazos de mi papá, sin que éste pusiera el menor reparo y aún más, dibujando su sonrisa sombreada por sus tímidos bigotes, así lo veo yo a Dios-Padre: pendiente de mí, de mis travesuras, de mis juegos, de mis preocupaciones, de mis olvidos, de mis amores y desamores… esperándome con los brazos abiertos para sonreírme al verme caer rendido en esos brazos fuertes y tiernos, seguros y acariciantes, ¡misericordiosos y amorosos!

¿Qué más se puede pedir? Bueno, Él sólo me pide que vaya a su encuentro… y es lo que, totalmente volcado a mis intereses, no se me ocurre hasta que “caiga totalmente rendido”, a causa de vivir fuera de mí y no dentro donde Él me espera. ¡Ay, todo es tan simple y yo me la complico solo!

Eso sí, no dejo de agradecerle a Dios el haberme permitido la experiencia de conocer a una persona como mi padre y de aprender tanto de él en mis diálogos profundos, pero también, y sobre todo, por esa comunicación desde la vida misma, sus gestos, su manera de enfrentar la vida y de transmitírmela más allá de lo biológico.

Creo que la mejor manera de homenajear la memoria de nuestros difuntos queridos es recordarlos por la gratuidad de su afecto para con nosotros, de sus enseñanzas para la vida. Además estoy convencido que mucho de lo que soy y el estilo de vivir que tengo se lo debo en gran parte al vínculo profundo que Dios permitió tuviera con él.

Por eso puedo afirmar convencido de que a confiar en Dios me enseñó mi papá aunque nunca se lo propuso. Él simplemente me amó… ¿Y qué es eso sino lo que Dios hace con cada uno de nosotros? Confiar es una respuesta de amor al amor. Lo hice en su momento con mi padre, lo intento ahora con mi Padre-Dios.

¡Gracias Dios! ¡Gracias, papá!

Hno. Roberto F. De Luca

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